jueves, 1 de septiembre de 2011

la bolsa negra de cuero

Estaba oscuro adentro de la bolsa negra de cuero pero ella no se daba cuenta.
Leticia estaba encandilada por los brillos que se veían dentro.
Llegó allí totalmente fascinada por los colores falsos de lo que pareció ser el mejor de los tesoros.
El hombre de la bolsa, le mostró uno a uno y estratégicamente sus caudales.
Al principio fue un pequeño anillo de dulzuras y una caja de bombones.
Luego un paseo a la luz de la luna con encajes de estrellitas.
Y más tarde regalos suculentos de cosas a las que ella no podía acceder tan facilmente.
A cambio le pidió la entrega de todo su tiempo y pensamientos.
La exclusividad sin distinciones en todos los aspectos.
Creyó Leticia que sus privaciones valían la pena, encandilada por el aspecto fuerte y seductor de quién parecía ser la perfecta imagen
de lo que toda mujer soñaba.
No vió que caía en una trampa y sin pensarlo dos veces se dejó llevar por la ilusión, por un deseo que se volvió obsesión al poco tiempo.
Sus días eran para esperar un llamado, un pedido, un encuentro.
La transformación fue paulatina pero notoria.
Para todos menos para ella. Y no quiso escuchar y se volvió sorda.
En su mundo no hubo más lugar, espacio ni aire que no fuese para él.
Tonta como una quinceañera sin experiencia quedó también ciega.
Le cubrieron los brillantes falsos la mirada.
La facilidad de conseguir respuestas le cubrieron los sentidos.
Y cayó dentro de aquel saco mareada de esperanzas. Necesitada y torpe.
Los días pasaron y empezó a sentir asfixia, el aire adentro de aquel saco de piedritas de colores no llegaba a sus pulmones y pidió salir pero nadie parecia escuchar su voz debilitada.
Su voz interna que en un principio le quiso avisar del peligro había quedado ronca. Ronca de gritar en vano.
Quiso abrir la bolsa y tomar un poco de aire pero no consiguió abrirla y pensó.
Entonces pensó. Hacía demasiado calor adentro y el aire era pesado y se sentía sin fuerzas.
Se miró las manos flacas de no haber comido varios días y vio que sus uñas estaban tan largas como garras.
Empezó a hacer cortes de a poquito para que él no se diera cuenta.
Sospechó que si su intento de escape era demasiado obvio otra bolsa más gruesa sería al único lugar al que llegaría y actuó con cuidado.
Cuando el agujero fue lo bastante grande como para salir de allí, esperó que el hombre de la bolsa se quedara dormido.
Entonces salió pero no se dio por satisfecha.
Cosió el saco para que quedara entero nuevamente y puso todos los brillantes, los diamantes y demás regalos dentro.
Lo ató entonces al cuello de aquel hombre con siete vueltas de hilo de plata, que no se puede cortar más que con la muerte,
para que sepa de por vida lo que pesan las falsas esperanzas.
Entonces sí salió por la puerta principal de aquella casa que nunca había sido suya, triste pero orgullosa de sí misma,
Jurándose que nunca más en lo que le quedara de vida volvería a reírse frente a alguien que le dijera que los cucos en realidad existen.

1 comentario:

  1. Hola, Imanol, llegué hasta tu espacio a través de un blog amigo en común, me pareció muy bueno, voy a quedarme por aquí como seguidor, si me permites.
    Si tienes ganas (no lo tomes como un compromiso), te invito a pasar por el mío.
    Un saludo desde Argentina.
    Humberto.

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