jueves, 21 de julio de 2011

el diablo disfrazado de rojo

Volvía yo de trabajar y estaba por sentarme a tomar algo fresco cuando golpearon a mi puerta.
Tres golpes secos me sobresaltaron.
Los chicos estaban en el cuarto armando un puzzle, por fin un poco de tranquilidad y yo ya me veía disfrutando de un poco de silencio.
Me acerqué a la puerta y miré por la rendija, que mi desconfianza no me permite a abrir la puerta ni a mi propia sombra.
Pero no era mi sombra la que estaba del otro lado sino una figura masculina de aspecto tentador vestida de rojo.
Pregunté quién era y la respuesta me sobresaltó aún más que los tres golpes secos anteriores de sus nudillos.
“Vengo de parte del diablo”, me dijo, “traigo un mensaje importante”.
Mi primer impulso fue agarrar a los niños y tirarme por la ventana del primer piso pero la curiosidad mató al gato y yo soy gato.
Así que abrí la puerta y él pasó.
Me miró con los ojos amarillos y me preguntó si podía pasar.
Pasó.
- Necesito informarle que por falta de presupuesto el infierno está en quiebra y ya no tendrá lugar en el mismo.
- ¿Cómo que el infierno? Si yo no le hecho mal a nadie, pregunté sorprendidísima.
- Eso es lo que usted cree. A nosotros nos ha llegado información fidedigna de que ha actuado en forma desconsiderada en numerosas ocasiones.
- A ver si me explica porque no le entiendo.
- Decir la verdad no siempre es bien recibido y además se le acusa de holgazana, inconformista, feminista, izquierdista y otros istas que en este momento no recuerdo. La lista es larga.
- Menos mal que no soy negra homosexual porque de lo contrario directamente me mandaban a la mierda en lugar de al infierno.
Al menos en algún lugar estaban dispuestos a darme cobijo una vez muerta, respondí enojada y confirmando que las acusaciones hacia mi persona eran ciertas.
- Sí, pero usted sabe como son estas cosas.
Con el dinero del clero se mantiene el Paraíso y algo queda para el Purgatorio.
Nosotros vivimos de donaciones y este año con lo mal que está la mala situación mundial a nivel económico no hemos tenido más remedio que declararnos en quiebra.
(Al menos era sincero. Eso me gustaba)
- Supongo que tendrán algún plan alternativo para estos casos…, consulté.
- La verdad es que no. Por eso estoy yendo casa por casa para ver si pueden ayudar con algún aporte,
una cómoda mensualidad que nos permita darle refugio a tanta gente que está en la misma situación.
- ¿Y el diablo no tiene contactos por algún lado en el Paraíso?
- Ya ha golpeado todas las puertas posibles sin resultado. Esta es nuestra última opción.
- Pues lamento decepcionarlo pero este año es imposible. A mi marido lo despidieron y a duras penas llegamos a fin de mes.
- Bueno mire, yo le dejo mi número de celular. Cualquier cosa usted me llama.
De todas maneras desde ya le digo que como usted me ha caído muy bien voy a ver qué puedo hacer para conseguirle un lugar en el purgatorio,
que al paraíso no entra seguro. Allí van nomás los que tienen cuña con algún ángel o a lo sumo arcángeles.
Yo la pongo al tanto apenas sepa algo. O en lista de espera.
Usted no se preocupe que yo me hago cargo y los gastos corren por mi cuenta.
- No sabe cuánto se lo agradezco. Todos tenemos derecho a un hogar ¿no?
- Ya lo creo. Cuídese.
Cuando se fue vi que mi niña miraba desde el pasillo la escena con ojos asustados.
- Mamá, ¿quién era ese hombre?
- Un amigo de mamá, le respondí segura de mi respuesta.
- ¡ Pero tiene cara de malo!
- Ay, mi amor, no te dejes lleva por las apariencias. Las apariencias
engañan.

viernes, 1 de julio de 2011

ese amor ciego

Yo sabía muy bien lo que hacía cuando me acerqué a la escuela de entrenamiento de perros para ciegos,
lo que no sabía era lo que iba a pasar a raíz de todo esto.
Estuve durante mucho tiempo viendo, reparando, sopesando y calculando los pros y los contras de meterme en tal aventura para al final
decidir que ya era suficiente andar por la vida como si una fórmula matemática me fuese a dar las respuestas exactas a mis preguntas pendientes.
Así que me tiré de cabeza y la sorpresa fue mayor de lo que yo hubiese imaginado nunca.
El entrenamiento exigía de mucha disciplina, constancia, voluntad y amor.
Pero sobre todo, ser capaz de tener presente a cada instante que al año, cuando Dandy estuviese listo,
yo debería entregarlo al que salga sorteado para ser su dueño.
Me enamoré de él al primer olfato, su suave pelaje crema, su sonrisa perruna inmediata, el golpe seguro de su cola y su forma de lamerme la cara
sin pudor ni permiso me hicieron sucumbir de inmediato.
A partir de allí Dandy fue una sombra fiel a cada paso.
Iba conmigo a donde fuera que fuese y lo que fuese que hiciera.
Era parte del trato.
Los amantes de los cuadrúpedos pueden ser muy tediosos ante un labrador encantador, no importa qué cara les pongas cuando se acercan a acariciar
lo que consideran tierra de nadie o algo parecido.
El año se fue volando y así como comenzó la aventura había llegado el momento de entregar a Dandy a su futura dueña que había resultado
ser una muchacha mujer de 30 años,
edad en la que hoy en día no está muy definido el adjetivo adecuado para una fémina que no está ni en la edad de la adolescencia y difícilmente
haya alcanzado la plenitud de su vida.
Es un estadio, como decirlo, de entretanto, algo así como un entremedio inexplicable entre los sueños de niña y las agallas de la experiencia.
En síntesis, que Camila tenía esa edad misteriosa en la que cada quién ve en ellas lo que más le plazca.
Cuando la ví acercarse sentí que estaba siendo testigo de la encarnación de la aurora boreal,
sin el frío de Alaska pero tan inalcanzablemente hermosa
Algo en su sonrisa me hizo sentir así puesto que sus ojos estaban muertos pero los movimientos ondulantes de su pollera acompasando su cuerpo frágil
al acercarse a Dandy me dejaron sin habla.
Casi ciego hasta diría Y luego su risa de felicidad absoluta cuando acarició a quien sería su escudo ante el mundo que ella no podía ver.
Y es cierto que no podía verlo pero supe al poco tiempo que sus manos sentían cosas que mis ojos jamás llegarían a comprender.
Ese primer encuentro no fue el último. A partir de allí y con la excusa de que me había encariñado con el chicho y no me imaginaba mi vida
sin volverlo a ver, cosa que era por demás cierta, nos empezamos a ver una o dos veces por semana.
Dandy me recibía con un calor que no reconocí nunca en ninguno de mis amigos y Camila, bueno, Camila es otra historia.
El calor de Camila estaba en el descubrir a cada paso con ella lugares y personas que no sabía que estaban a mi alrededor.
Cuando salíamos de paseo yo le describía cosas en las que jamás antes había tenido necesidad de reparar,
la cara de la gente cuando lee el diario y cómo le van cambiando las expresiones y las líneas del rostro.
Me hice un experto en comprender miradas, adivinar si el lector estaba leyendo algo terrible, morboso, excitante o gracioso.
Me convertí en un entendido del cielo y sus colores, en describir la forma de las estrellas, en adivinar piedras antes de pisarlas.
Ante mi imposibilidad verbal de detallar el mundo que me rodeaba ella estallaba en carcajadas y se divertía escuchándome inventar palabras
para intentar darle nombre a lo que yo creí hasta entonces casi inexistente.
Me di cuenta de cuán limitado era mi vocabulario al momento de intentar describir cosas obvias para mí,
cosas que jamás había tenido necesidad de explicar.
Se reía, se reía con una fuerza capaz de hacerme sentir que el amor se apoderaba de cada una de mis células hasta convertirme en un ser sin masa,
volátil, libre de toda voluntad.
Pero lo mejor era ir con ella a algún museo y doblegarme ante su pedido de deshacerme de todos mis prejuicios y recorrer esculturas con los ojos cerrados,
palpando cada rincón de aquellas piedras, mármoles y vidrios y sentir la diferencia entre un simple trozo de materia y el arte.
Experimentar la divinidad en todas sus dimensiones posibles.
Una noche me invitó a quedarme a dormir en su casa y mi intención era tan torpe y tan inútil que no se me pasó por la cabeza más que verla dormir,
entregada a sus sueños más oscuros y a la vez saber qué ella era capaz de soñar con cosas que yo jamás vería.
El mundo de la imaginación ardiente, de la pasión ciega que no sabe de permisos absurdos.
Recorrer su rostro con mis manos fue todo lo que me animé pero ella fue más lejos que yo cuando se despertó al roce de mis dedos torpes.
Los suyos resultaron ser suavemente inagotables y su fragilidad tan fuerte como mi deseo.
Nos demoramos un siglo en descubrirnos y no hice más que entregarme a sus caricias, tan tiernas como rosas, tan sabrosa como el más dulce caramelo
de la mejor repostería no inventada.
Nada, nada igual había yo sentido hasta ese entonces.
Se quitó la blusa con la parsimonia de quien sabe a ciencia cierta lo que hace,con la misma paciencia de quien descorcha un buen vino
que estuvo esperando el momento adecuado y se deja respirar para hacer más intenso cada aroma.
Sin decoro, sin prisas, sin consuelo ni vacilaciones.
Dandy nos miraba de costado desinteresado totalmente en lo que estaba aconteciendo.
Él sabía que yo estaba en buenas manos. Y yo comprendí mejor que nunca que a través de la ceguera de esta mujer había yo aprendido a ver el mundo.