jueves, 11 de agosto de 2011

esa loca que circulava por el barrio

En el barrio Pocitos cuando yo era una infante habían pocas personalidades que hoy recuerde como interesantes pero habían dos que me inquietaban en particular.
Una, era un niño con síndrome de Down que se paseaba a diario sólo por el barrio y nos miraba a todas las niñas con cara de libidinoso y se tocaba la verga al mismo instante.
Otra, era un mujer conocida por todos a la que le atribuíamos simplemente el apodo de "la loca del barrio".

La loca del barrio siempre estaba con zapatos rojos de taco alto.
Pero creo yo que tenía varios pares iguales puesto que siempre estaban relucientes e impecables como nuevos.
En invierno también usaba zapatos rojos de taco.
Cuando llovía también.
Quizás estaba tan ida de lo que eran los principios de la naturaleza, tan más allá del bien y del mal que ni siquiera era capáz de sentir frío.
Su ropa eran una mezcla extraña de colores vívidos y siempre andaba de pollera y con medias de nylon rasgadas.
Había una falda en particular que me gustaba mucho, lo recuerdo bien.
Era una falda larga con varios retazos como las de los dibujos de Sarah Kay de la que yo era fanática y tenía todas las figuritas y repetidas.
Creo que junté y completé unos tres álbumes y todos mis pocos ahorros se iban en ello.
No me acuerdo qué hice al final con tanta pegotina pero aún hoy me siguen emocionando esos dibujos inocentes y amorosos.
Tanto como Mafalda o como la Chacha Mama de Patoruzú.
Llevaba el pelo revuelto como si hubiese salido recién de una escena de amor pasional sin pasar antes por un espejo y los labios siempre embadurnados con un rouge carmesí más ardientes que el fuego mismo.
Toda ella era fuego.
Me daba tanto miedo como curiosidad.
Andaba por la vida cantando y hablando sola.
No sé si consigo misma o con algún ser imaginario o varios.
Y la mirada...la mirada perdida en un mundo al que sólo ella tenía acceso.
Me pregunto cómo serían los pájaros en aquel lugar y si habrían muchas mariposas amarillas.
"La loca" no miraba por dónde iba.
Era un milagro que no muriese atropellada por algún ómnibus.
Yo la miraba cruzar la calzada llena de miedo.
Por ella misma y por mí misma.
No quería ser testigo de tanto rojo esparcido frente a mis ojos ni que mi fuente de inspiración muriese de una forma tan humana.
Me inclinaba más bien a la idea de que un ser tan particular debería tener un final más romántico; como desaparecer o ser secuestrada por extraterrestres.
A veces se la veía en la playa divagando, juntando arena en bolsas.
Qué la llevó a tal estado no lo sabía entonces.
Se decía que copulaba con perros pero nunca la vi acompañada por estos encantadores cuadrúpedos.
Se decía que había sido víctima de una violación grupal que la dejó detenida un un lugar sin tiempo.
Yo le tenía lástima y también a mí misma por ser incapáz de comprender.
Un día, cuando terminé el sexto grado de la escuela primaria y volvía a casa tan sóla como ella me llené de coraje y la miré a los ojos, le sonreí y le dije un tímido "hola".
"La loca" se me quedó mirando totalmente anonadada y se acercó como para acariciarme la cara.
Me inundó el pavor y me alejé a pasos rápidos sin atreverme a no escuchar mis instintos de supervivencia.
Pude sentir su decepcion y me sentí cobarde.
Se dió la vuelta y retomó sus pasos en un tiempo que se me hizo como de cámara lenta, en esos segundo que demoran siglos.
Quise ir tras ella pero mis pies estaban pegados al asfalto y aún así pude escuchar desde dónde me encontraba que se fue cantando una canción de cuna.
Entonces comprendí que lo único quizás que puede dejar a una mujer en tal estado es la pérdida de algo más sagrado.
Y sentí que era yo la que me volvía loca.
De dolor.