viernes, 17 de junio de 2011

una mueca burlona

Era la segunda vez, en ese mes que los vecinos me llamaban.
se encontraron alarmados por los gritos y me pidieron que fuera a poner un poco de calma.
Me subí al mi auto y viaje lo más rápido que pude sin imaginar que me iba a encontrar en semejante situación.
Rocío me abrió la puerta y todo parecía normal pero era obvio que no me lo esperaba.
Mi alegría duró poco, en su mano derecha sostenía el cuchillo que chorreaba aún ese líquido rojo y espeso que define nuestra existencia.
Había demasiado silencio, miré alrededor pero no vi más que gotas y gotas de sangre en el piso.
Me fijé de que se apoyaba con dificultad y que sus pasos eran torpes.


- ¿Porqué caminas así?
- Es que ayer llegué tarde - contestó, dibujada en su boca una mueca burlona, estática, que me pareció casi orgullosa.

En el brazo izquierdo tenía también varios moratones.
Me senté en un sillón sin decir palabra mientras me miraba con esos ojos fríos y distantes que me atravesaban, sin hacer foco en mi persona.
Creo que lo que más me llamó la atención fue que no temblara y traté de imaginarme cómo estaría yo en su lugar.
No nos dijimos nada, no pregunté nada más, no sé si por miedo a escuchar la respuesta o porque realmente no era capaz de abrir la boca.
Hubiese deseado que pasara más tiempo antes de que llegara la policía.
Entraron sin golpear pues la puerta había quedado abierta y la casa se llenó de ruido.
Enseguida emprendieron con una serie de preguntas que pude responder sólo parcialmente pues era poco lo que sabía y menos lo que quería saber.
Rocío seguía con ese gesto extraño esbozado en su rostro y me dieron ganas de abofetearla para que reaccionara pero yo estaba más petrificada que ella.
Los agentes recorrieron la casa, tomaron muestras y, a duras penas, le quitaron el cuchillo de la mano.
A ella se la llevaron esposada y a mí a los empujones.
Recuerdo que cuando nos estaban metiendo dentro de la camioneta que nos llevaría a la comisaría me dijo mientras me guiñaba un ojo,
“Dios ha muerto",¿Yo fui quien le maté.?
A la noche, luego de varios interrogatorios y horas de espera, me soltaron y me fui a casa.
No pude pegar un ojo en toda la noche, las imagenes de lo que no había visto me perseguían.
Es extraño la claridad con que uno puede ver cosas que jamás vio.
Estaba llena de preguntas de qué hubiese pasado si hubiera llegado antes o si Rocío hubiese aceptado el puesto que le propusieron en Caracas el año anterior.
Era inútil plantearse ahora todo eso pero también inevitable.
De alguna manera me sentía culpable.
Yo podría haberle dicho a Rocío lo que sabía, porqué mi madre se había ido, pero ella siempre se preocupó tanto por mí que no me animé.
Quise creer que entre ellos sería distinto, que con el tiempo las cosas podían cambiar, que la gente aprende.
Luego de eso estuvo internada durante un año en un hospital siquiátrico, incapáz de responder por sí misma y mis visitas, que al principio eran casi diarias, se fueron espaciando.
No fui capáz de ver en su rostro esa mueca indeleble, insoportable, inacabable,
que me hacía revivir una y otra vez el mismísimo instante en el que me abrió la puerta sosteniendo el cuchillo manchado con la sangre del que había sido mi padre.