sábado, 17 de septiembre de 2011

robando sueños ajenos

Esta historia es la historia de una mujer que era tan pero tan pero tan pobre que ni sueños tenía.
Ella no sabía lo que era un sueño propio.
Sabe uno sin que se lo expliquen demasiado que los sueños son el alimento del alma y tan necesarios como un plato caliente una vez al día,
un techo más o menos fijo y algo de ropa que nos cubra el cuerpo.
Pero esta mujer, que se llamaba Marta era muy muy muy pobre.
Así que iba por la vida agarrándose de los sueños ajenos pensando que podía hacerlos suyos.
Robó sueños de gente que se descuidó , se llevó de mostradores sueños que ya estaban envueltos para regalo con tarjeta y todo,
pisoteó otros que encontró en su camino y que le parecieron insulsos y despreció a los que quisieron compartir con ella de buena fé.
Y todo eso al final para nada porque no importaba qué fueran ni para qué, no sabía ni siquiera cómo usarlos.
Pero un día pasó algo sorpresivo que cambió el rumbo de las cosas.
Ya cansada de ir tras sueños que no comprendía y de no encontrarles sentido, y además,con una frustración de novela,
salió Marta a despejarse un poco y a caminar sin rumbo.
Caminó y caminó y fue tanto lo que anduvo que llegó a un lugar en el que no había estado nunca.
Llegó al mar. Entonces tocó la arena y se mojó en el agua y se baño desnuda y se sintió hechizada.
Y de golpe se dió cuenta que ya no se sentía pobre.
Porque la pobreza en el caso de Martita era más bien un estado interior, que es la más cruda de todas las pobrezas.
Y se llenó de ganas, de deseo y de coraje y nadó.
Nadó hasta quedar agotada. Se tiró en la arena y se quedó dormida.
Y soñó dormida y soñó después también despierta.
Y se compró una casita chiquitita en la playa y ya nunca más tuvo necesidad de andar por la vida robando sueños ajenos ni pedirlos de prestado.

jueves, 1 de septiembre de 2011

la bolsa negra de cuero

Estaba oscuro adentro de la bolsa negra de cuero pero ella no se daba cuenta.
Leticia estaba encandilada por los brillos que se veían dentro.
Llegó allí totalmente fascinada por los colores falsos de lo que pareció ser el mejor de los tesoros.
El hombre de la bolsa, le mostró uno a uno y estratégicamente sus caudales.
Al principio fue un pequeño anillo de dulzuras y una caja de bombones.
Luego un paseo a la luz de la luna con encajes de estrellitas.
Y más tarde regalos suculentos de cosas a las que ella no podía acceder tan facilmente.
A cambio le pidió la entrega de todo su tiempo y pensamientos.
La exclusividad sin distinciones en todos los aspectos.
Creyó Leticia que sus privaciones valían la pena, encandilada por el aspecto fuerte y seductor de quién parecía ser la perfecta imagen
de lo que toda mujer soñaba.
No vió que caía en una trampa y sin pensarlo dos veces se dejó llevar por la ilusión, por un deseo que se volvió obsesión al poco tiempo.
Sus días eran para esperar un llamado, un pedido, un encuentro.
La transformación fue paulatina pero notoria.
Para todos menos para ella. Y no quiso escuchar y se volvió sorda.
En su mundo no hubo más lugar, espacio ni aire que no fuese para él.
Tonta como una quinceañera sin experiencia quedó también ciega.
Le cubrieron los brillantes falsos la mirada.
La facilidad de conseguir respuestas le cubrieron los sentidos.
Y cayó dentro de aquel saco mareada de esperanzas. Necesitada y torpe.
Los días pasaron y empezó a sentir asfixia, el aire adentro de aquel saco de piedritas de colores no llegaba a sus pulmones y pidió salir pero nadie parecia escuchar su voz debilitada.
Su voz interna que en un principio le quiso avisar del peligro había quedado ronca. Ronca de gritar en vano.
Quiso abrir la bolsa y tomar un poco de aire pero no consiguió abrirla y pensó.
Entonces pensó. Hacía demasiado calor adentro y el aire era pesado y se sentía sin fuerzas.
Se miró las manos flacas de no haber comido varios días y vio que sus uñas estaban tan largas como garras.
Empezó a hacer cortes de a poquito para que él no se diera cuenta.
Sospechó que si su intento de escape era demasiado obvio otra bolsa más gruesa sería al único lugar al que llegaría y actuó con cuidado.
Cuando el agujero fue lo bastante grande como para salir de allí, esperó que el hombre de la bolsa se quedara dormido.
Entonces salió pero no se dio por satisfecha.
Cosió el saco para que quedara entero nuevamente y puso todos los brillantes, los diamantes y demás regalos dentro.
Lo ató entonces al cuello de aquel hombre con siete vueltas de hilo de plata, que no se puede cortar más que con la muerte,
para que sepa de por vida lo que pesan las falsas esperanzas.
Entonces sí salió por la puerta principal de aquella casa que nunca había sido suya, triste pero orgullosa de sí misma,
Jurándose que nunca más en lo que le quedara de vida volvería a reírse frente a alguien que le dijera que los cucos en realidad existen.