viernes, 11 de mayo de 2012

nada que decir, nada que callar

nada que decir, nada que callar
Cuando era pequeña pensaba que la voz se gastaba, que llegaría un momento en el que de tanto hablar me quedaría muda, porque la voz dura un tiempo, y yo estaba malgastándola con palabras sin sentido que no decían nada importante.
A sí que durante unos días decidí hablar poco, casi nada.
Tenía que pensar bien cada palabra y cada frase, no quería quedarme sin voz antes de decir todo lo que tenía que decir.
Y… la inspiración no llegaba.
Pensaba mucho, si, pero todo se quedaba dentro de mi cabeza porque no encontraba las palabras adecuadas para expresarlo.
Aproximadamente tardé una semana en darme cuenta de que aquello no tenía ningún sentido, porque la gente, en general, suele hablar mucho y decir poco.
A sí que yo, cansada de tanto silencio, decidí volver a malgastar mis palabras esta vez, sin temor a perderlas. Lo bueno de todo esto es que aprendí una cosa: a escuchar, y eso al parecer sí era importante.
Pero por aquél entonces yo, que sólo era una niña, pensaba que la vida era mucho más que todo eso y que sólo tendría que esperar a crecer y hacerme mayor para encontrar las respuestas de todas las preguntas que me hacía y que nunca había sabido responder.
A sí que durante mucho tiempo, decidí no preocuparme por nada y esperar a que las cosas ocurriesen por sí solas, a que las palabras, las de verdad, saliesen por mi boca como si nada.
Pero el tiempo pasó, pasó y pasó tanto que me hice mayor, tan mayor que ya era tarde para hacer todo lo que tenía que hacer y decir todo lo que tenía que decir.
Y ahora me encuentro sentada en este sofá, intentando responder las mismas preguntas que se hacía aquella niña hace hoy ya tantos años.
El tiempo ha pasado tan deprisa que no me he dado ni cuenta, vaya.
Y tiene que ser hoy, justamente hoy, cuando me doy cuenta de que esta vida no se puede rebobinar.