viernes, 1 de julio de 2011

ese amor ciego

Yo sabía muy bien lo que hacía cuando me acerqué a la escuela de entrenamiento de perros para ciegos,
lo que no sabía era lo que iba a pasar a raíz de todo esto.
Estuve durante mucho tiempo viendo, reparando, sopesando y calculando los pros y los contras de meterme en tal aventura para al final
decidir que ya era suficiente andar por la vida como si una fórmula matemática me fuese a dar las respuestas exactas a mis preguntas pendientes.
Así que me tiré de cabeza y la sorpresa fue mayor de lo que yo hubiese imaginado nunca.
El entrenamiento exigía de mucha disciplina, constancia, voluntad y amor.
Pero sobre todo, ser capaz de tener presente a cada instante que al año, cuando Dandy estuviese listo,
yo debería entregarlo al que salga sorteado para ser su dueño.
Me enamoré de él al primer olfato, su suave pelaje crema, su sonrisa perruna inmediata, el golpe seguro de su cola y su forma de lamerme la cara
sin pudor ni permiso me hicieron sucumbir de inmediato.
A partir de allí Dandy fue una sombra fiel a cada paso.
Iba conmigo a donde fuera que fuese y lo que fuese que hiciera.
Era parte del trato.
Los amantes de los cuadrúpedos pueden ser muy tediosos ante un labrador encantador, no importa qué cara les pongas cuando se acercan a acariciar
lo que consideran tierra de nadie o algo parecido.
El año se fue volando y así como comenzó la aventura había llegado el momento de entregar a Dandy a su futura dueña que había resultado
ser una muchacha mujer de 30 años,
edad en la que hoy en día no está muy definido el adjetivo adecuado para una fémina que no está ni en la edad de la adolescencia y difícilmente
haya alcanzado la plenitud de su vida.
Es un estadio, como decirlo, de entretanto, algo así como un entremedio inexplicable entre los sueños de niña y las agallas de la experiencia.
En síntesis, que Camila tenía esa edad misteriosa en la que cada quién ve en ellas lo que más le plazca.
Cuando la ví acercarse sentí que estaba siendo testigo de la encarnación de la aurora boreal,
sin el frío de Alaska pero tan inalcanzablemente hermosa
Algo en su sonrisa me hizo sentir así puesto que sus ojos estaban muertos pero los movimientos ondulantes de su pollera acompasando su cuerpo frágil
al acercarse a Dandy me dejaron sin habla.
Casi ciego hasta diría Y luego su risa de felicidad absoluta cuando acarició a quien sería su escudo ante el mundo que ella no podía ver.
Y es cierto que no podía verlo pero supe al poco tiempo que sus manos sentían cosas que mis ojos jamás llegarían a comprender.
Ese primer encuentro no fue el último. A partir de allí y con la excusa de que me había encariñado con el chicho y no me imaginaba mi vida
sin volverlo a ver, cosa que era por demás cierta, nos empezamos a ver una o dos veces por semana.
Dandy me recibía con un calor que no reconocí nunca en ninguno de mis amigos y Camila, bueno, Camila es otra historia.
El calor de Camila estaba en el descubrir a cada paso con ella lugares y personas que no sabía que estaban a mi alrededor.
Cuando salíamos de paseo yo le describía cosas en las que jamás antes había tenido necesidad de reparar,
la cara de la gente cuando lee el diario y cómo le van cambiando las expresiones y las líneas del rostro.
Me hice un experto en comprender miradas, adivinar si el lector estaba leyendo algo terrible, morboso, excitante o gracioso.
Me convertí en un entendido del cielo y sus colores, en describir la forma de las estrellas, en adivinar piedras antes de pisarlas.
Ante mi imposibilidad verbal de detallar el mundo que me rodeaba ella estallaba en carcajadas y se divertía escuchándome inventar palabras
para intentar darle nombre a lo que yo creí hasta entonces casi inexistente.
Me di cuenta de cuán limitado era mi vocabulario al momento de intentar describir cosas obvias para mí,
cosas que jamás había tenido necesidad de explicar.
Se reía, se reía con una fuerza capaz de hacerme sentir que el amor se apoderaba de cada una de mis células hasta convertirme en un ser sin masa,
volátil, libre de toda voluntad.
Pero lo mejor era ir con ella a algún museo y doblegarme ante su pedido de deshacerme de todos mis prejuicios y recorrer esculturas con los ojos cerrados,
palpando cada rincón de aquellas piedras, mármoles y vidrios y sentir la diferencia entre un simple trozo de materia y el arte.
Experimentar la divinidad en todas sus dimensiones posibles.
Una noche me invitó a quedarme a dormir en su casa y mi intención era tan torpe y tan inútil que no se me pasó por la cabeza más que verla dormir,
entregada a sus sueños más oscuros y a la vez saber qué ella era capaz de soñar con cosas que yo jamás vería.
El mundo de la imaginación ardiente, de la pasión ciega que no sabe de permisos absurdos.
Recorrer su rostro con mis manos fue todo lo que me animé pero ella fue más lejos que yo cuando se despertó al roce de mis dedos torpes.
Los suyos resultaron ser suavemente inagotables y su fragilidad tan fuerte como mi deseo.
Nos demoramos un siglo en descubrirnos y no hice más que entregarme a sus caricias, tan tiernas como rosas, tan sabrosa como el más dulce caramelo
de la mejor repostería no inventada.
Nada, nada igual había yo sentido hasta ese entonces.
Se quitó la blusa con la parsimonia de quien sabe a ciencia cierta lo que hace,con la misma paciencia de quien descorcha un buen vino
que estuvo esperando el momento adecuado y se deja respirar para hacer más intenso cada aroma.
Sin decoro, sin prisas, sin consuelo ni vacilaciones.
Dandy nos miraba de costado desinteresado totalmente en lo que estaba aconteciendo.
Él sabía que yo estaba en buenas manos. Y yo comprendí mejor que nunca que a través de la ceguera de esta mujer había yo aprendido a ver el mundo.

1 comentario:

  1. Qué bonito! Me has emocionado! Hay que saber VER con los ojos del corazón. Un abrazo

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